"Piezas con alma": Calcopirita, siderita y cuarzo, barrio de San Inazio, Bilbao
“¿Por qué guardas esa piedra, con lo fea que es y lo bonitas
que son las otras?” Imagino que todos habréis escuchado alguna vez esta pregunta en boca de
familiares o amigos a los que estáis enseñando vuestra colección.
Por eso cuando Cris me propuso ayudarle más en el blog,
ahora que los estudios de bachillerato aprietan, se me ocurrió realizar algunas
entradas que dieran respuesta a la curiosidad de nuestros allegados.
Cuarzo y siderita, barrio de San Inazio, Bilbao |
Quienes coleccionamos minerales (aunque imagino que es un
razonamiento válido para cualquier otro coleccionista) sabemos que no siempre
las piezas más apreciadas son las más espectaculares, ni mucho menos las más
caras. Para nosotros el valor viene dado por la historia que tienen detrás, una historia
que solo nosotros conocemos. Para que
esos recuerdos no se pierdan hemos decidido mostrarlas en el Blog bajo el
nombre de “Piezas con alma”.
Algunas son antiguas, otras recientes, pero todas tienen
algo que hace que sean especiales. El
dueño de los recuerdos es quien debe narrarlos, así que entre Cris y yo iremos
dando contenido a esta sección.
Para empezar, una
calcopirita del barrio de San Inazio (Bilbao),
posiblemente el origen de nuestro
pequeño mundo mineralógico. Esta es su
historia:
Si alguien me
preguntara cuándo empezaron a gustarme los minerales, le diría que desde
siempre, pero si tuviera que poner una fecha y un lugar, San Inazio, el barrio bilbaíno
donde me crié, y finales de los 70, serían los elegidos.
Por aquel entonces,
con 10 años más o menos, la vida en el barrio y sus alrededores era bastante
diferente a la actualidad. Para empezar, el terreno que separaba nuestra casa
del Colegio La Salle (Deusto) no estaba urbanizado, y era una sucesión de
campas, huertas y demás por donde diariamente pasábamos en nuestro ir y venir a
clase.
El solar que
actualmente ocupa la plaza Landabaso, cerca del parque de Sarriko, era uno de
nuestros lugares favoritos. Allí estaban “las montañas”, una zona de montículos
entre los cuales la lluvia formaba charcas casi permanentes que, aunque parezca
mentira, eran hogar de zapaburus, tritones, y todo tipo de bichos. Para unos
tipos que habían pasado los recreos de guardería pescando a mano angulas en el
barro de la ría del Nervión, a la altura de la curva de Elorrieta, aquellos
charcos eran agua cristalina, por mucho que ahora mismo ninguno dejaríamos a
nuestros hijos que se acercara a menos de 100 metros de allí.
Pues bien, uno de
aquellos días, mientras yo y mis amigos
Xabi e Iñaki, subíamos y bajábamos las montañas, llenando de barro las botas,
para desgracia del suelo del aula escolar y de nuestras madres, nos topamos con
una piedra semienterrada, de sospechoso color dorado. Un par de patadas, un
palo a modo de palanca, y zas!!, teníamos en nuestras manos la mayor pepita de
oro del mundo mundial.
Calcopirita, barrio de San Inazio, Bilbao |
Descartada la idea de
meterla en la mochila de los libros ( no por el barro, sino para que no se
notara su presencia), optamos por esconderla concienzudamente, mientras la imaginación
empezaba a dibujar en nuestras caras una sonrisa de oreja a oreja. A los pocos
días dimos con otra roca similar, aunque de un tamaño mayor, y hundida en la
tierra.
Como os podéis
imaginar, ni el tamaño ni el terreno eran para nosotros obstáculos insalvables, así que al día siguiente, cada uno incorporamos un buen destornillador a
nuestros estuches escolares. Ahora puede parecer cosa de delincuentes
juveniles, pero en aquel entonces el "hinque" era un juego muy popular y no
íbamos a levantar sospechas entre nuestros padres o amigos, ni por supuesto nos iban a expulsar del colegio
por llevarlo a clase.
Lamentablemente
habíamos medido mal nuestras fuerzas y nuestra discreción, así que fuimos
sorprendidos por mi padre en plena faena extractora cuando volvía del trabajo a
casa. Ahí empezó a desmoronarse nuestro tesoro imaginario, pero se gestó mi afición por los minerales.
Tras contarle nuestras peripecias, y dado que mi padre era dueño de Carrocerías Ekin, un taller de coches en el cercano barrio de
Deusto dio media vuelta al coche y se presentó al poco rato con una porra de 5
kilos y un cincel, convirtiendo con aparente facilidad nuestra roca irrompible
en un montón de trocitos brillantes. Y en medio de aquella montaña metálica, un
cristal, qué digo cristal, un diamante, ahí escondido vete a saber cómo y por
quién en un agujero dentro de la roca.
Recogimos los trozos
apresuradamente y nos marchamos pensando
en cómo convertir en lingotes aquellos brillantes trozos de roca, a buen seguro
de incalculable valor. Como os podéis
imaginar, alguien, no recuerdo quién, se encargó de chafar nuestras ilusiones
infantiles, catalogando como calcopirita el mineral metálico y amarillento que
habíamos encontrado, procedente del vertido de residuos de alguna obra o mina
de Bilbao, no del propio barrio de San Inazio. El cristal, como os podéis
imaginar, era un cuarzo hialino en una geoda de siderita, y por si fuera poco, las “montañas” no eran sino los sucesivos montones de tierra
que dejaron unos camiones al volcar ilegalmente su carga en un terreno
abandonado. Qué dura es la niñez…
Cuarzo, siderita, barrio de San Inazio, Bilbao |
Luego la vida dio
muchas vueltas, las piedras brillantes quedaron olvidadas casi 30 años en una
vieja ánfora de barro y las “montañas”
fueron sepultadas por el asfalto y el hormigón.
Afortunadamente, hace
unos pocos años, las viejas calcopiritas volvieron a recuperar su brillo, y con
él mi afición por los minerales.
Aquel
pequeño cuarzo y alguna de aquellas calcopiritas ocuparon un lugar de honor en
mis nuevas cajas, para extrañeza de los que no conocían esta historia.
Por eso, sin duda, éstas
son piezas con alma, ya que aunque hoy mi padre ya no esté, y quedo con mis amigos menos de lo que me gustaría, cada
vez que contemplo estas modestas piezas, les veo a ellos y recuerdo todo lo que
vivimos juntos. ¡Papá, amigos, esta entrada va por vosotros!
Preciosa historia que siendo más joven y, por ello, habiendo conocido un escenario algo diferente me trae muchos recuerdos similares.
ResponderEliminarImagino que de una forma o de otra, cambiando el tiempo y el lugar, todos tenemos algo parecido en nuestros recuerdos. Ojalá los que viene detrás puedan disfrutar como nosotros lo hicimos. Al menos así no se pierden en el olvido. Un saludo. Jesús
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